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Política sin ideas

Política sin ideas Maduro, quien, en su discurso del 4 de febrero, reiteró su descalificación a los partidos de la oposición con el predicado de su indefinición política y programática, hasta quienes resienten honestamente la falta de mayor claridad para proponer principios y propósitos. 


En cualquier caso, se hace cada día más preocupante la ausencia de ideas en el debate político, carencia que empobrece la calidad de la participación ciudadana y favorece tanto la ambigüedad y la indefinición como el espejismo de las promesas o el juego de los acomodos. El pragmatismo en política amenaza con sacar de juego las ideas o, si se quiere, las definiciones ideológicas. 

Siendo un cuerpo de ideas o principios que definen un modelo de sociedad, las ideologías se construyen a partir de claves particulares. Una de ellas es la que tiene que ver con la posición del Estado y de la persona, y con sus relaciones. Entender desde esta clave es entender parte sustancial de las diferencias ideológicas, de las cuales se derivan o deben derivarse diferencias de políticas y de resultados. 

Dar prioridad al Estado, ubicarlo en la posición central, conduce al estatismo, al autoritarismo, a la concentración de poder, al paternalismo, a la sumisión de las personas y a la dependencia, pero también a la burocracia, a la ineficacia, a la ausencia de productividad, al atraso. En un modelo así no tienen cabida el valor personal, la libertad, la diferencia. La solidez del Estado y su estabilidad se imponen sobre el bienestar del ciudadano. Expresa su propia contradicción: repetir la consigna de devolver el poder al pueblo, abrogarse su representación, usarlo, pero mantenerlo en sumisión, cuando no en pobreza. 

Por el contrario, poner a la persona en el centro implica el reconocimiento de su dignidad como individuo y de sus potencialidades como ser social. Sobre esa base se sustenta una ideología para la cual son fundamentales los derechos individuales y colectivos, la libertad, la propiedad, la libre iniciativa, la capacidad de agrupación y la competencia. Son estos factores los que dinamizan la actividad económica, generan riqueza y promueven el crecimiento de los individuos y el bienestar de la sociedad. La experiencia histórica avala sus argumentaciones: el crecimiento, el desarrollo, el bienestar se logran mejor cuando son los ciudadanos quienes deciden, actúan libremente, producen y crecen. 

Más allá de los principios de orden filosófico, social o económico que fundamentan una posición ideológica, su calificación última no puede ser dada sino por el logro del fin último de la política, que no es la conquista del poder sino la consecución del bienestar de la sociedad. Venezuela misma es una prueba. La celebración del 4 de febrero exaltó el modelo del estatismo autoritario. La realidad, sin embargo, demuestra suficientemente que más Estado no ha significado mayor bienestar. Al contrario, más limitaciones, pérdida de capacidad y de competitividad, mayor dependencia y creciente desesperanza. Somos ya uno más en la lista de experimentos fallidos. 

Pese a la urgencia de resolver sin demora los graves problemas que abruman a la sociedad, no contribuye mucho con la construcción del futuro el abandono de la discusión ideológica. El día a día de la política –estrategias, mediciones electorales, alianzas– no debería hacer perder la trascendencia de la formación y difusión de cuerpos de ideas que ofrezcan alternativas a la sociedad y que respondan a los grandes cambios que se aceleran. 

Las universidades, los intelectuales, los pensadores, los equipos teóricos o ideológicos de los partidos no habrán dejado, seguramente, de tratar el tema, pero es indispensable que la discusión llegue al ciudadano, necesitado de alternativas, de razones, de argumentos. Si la falta de definiciones conduce a la ambigüedad y a los acomodos, la falta de discusión pública abre espacio a la demagogia y al ejercicio de la política sin compromisos. El ciudadano necesita ideas, razones para la identificación, no solo consignas, nombres o slogans.

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