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Los vientos que soplan

Los vientos que soplan Trump no es el cambio. Es sí, en estos momentos, el signo más visible de los nuevos vientos que soplan. Tanto para quienes lo miran como un peligro como para quienes ven en él una nueva oportunidad, la presencia de Trump es la expresión de procesos que vienen incubándose o madurando.


Se trata, por ejemplo, de los nacionalismos, evidenciados con el brexit y con otros ismos amenazantes para la unidad europea. Ahora es el “América primero” o la idea de recuperar la grandeza norteamericana o de “retomar la agenda de Estados Unidos”. Es, de alguna manera, la decisión de mirar más hacia adentro, de generar empleo interno, de atender los reclamos locales, de aplicar nuevas formas de proteccionismo y de repensar las relaciones económicas y políticas con el resto del mundo. 

Se trata también de una revisión de los fundamentos y de las formas de la globalización, realidad que ha estimulado el crecimiento de la economía mundial, aunque no necesariamente de modo equilibrado, y que ahora sufre una crisis debida en parte a las equivocadas actuaciones de algunos liderazgos, básicamente por un olvido de la verdadera democracia y de los intereses de los ciudadanos, la complacencia en el éxito, la percepción de estabilidad y una desmedida confianza en los sistemas y la burocracia. 

Davos escenificó en estos días el contraste entre las posturas de quienes se lamentan de los efectos de la globalización y afirman que las actuales reglas del libre comercio deben ser desechadas, y la de China asumiendo la defensa del mercado y de la globalización. Jack Ma, el presidente de la gigante del correo electrónico Alibaba abogaba allí por una “globalización inclusiva”, mientras el presidente chino Xi Jinping se erigía en el gran paladín de un mundo sin barreras comerciales. China, convertida en heredera de la posición del libre comercio global, vendría a confirmar lo que ya anticipaba la investigadora venezolana Carlota Pérez cuando aseguraba que el siglo XXI sería el siglo de Asia y cuando recodaba el peso que tendría la tecnología, la innovación, la capacidad de innovación. De hecho, la pérdida de puestos de trabajo productivo se debe no tanto al desplazamientos de los centros de producción como al efecto, todavía no abiertamente reconocido por todos, de la tecnología, la digitalización y la robotización. En todo caso parecería que, al menos por ahora, los defensores de la globalización tenderán a mirar más a Pekín que a Washington. 

Los vientos en el terreno de la energía parecerían indicar que la reducción de producción decida por la OPEP y algunos otros productores terminará provocando en el corto plazo una alza en los precios, lo cual a su vez terminará estimulando la producción por fracking, campo en el cual Estados Unidos tiene una evidente ventaja tecnológica y que Trump no dudará en estimular, como instrumento para la creación de empleo y para la ya proclamada independencia energética norteamericana. ¿Qué pasará entonces con la ya baja producción petrolera de México y de Venezuela? El hecho efectivo es que petróleo venezolano deja paulatinamente de interesar a su principal mercado. 

Atender los vientos que soplan obliga a agudizar la visión de largo plazo. Venezuela necesita repensarse en más de un aspecto, muy especialmente en el de la dependencia del petróleo y en el de sus relaciones comerciales con el mundo. El crecimiento del país no puede seguir atado a un producto, el petróleo. Las relaciones comerciales, no importa si bilaterales o multilaterales, si con mayor presencia de Estados Unidos o de las nuevas fuerzas mundiales, no se sostienen sin calidad, sin seriedad, sin capacidad de producción diversificada. Los socios y las inversiones no llegan sino sobre la base de la confianza y de la capacidad de ejecución, no importa si se llaman China, Europa, Estados Unidos o los propios países de la región. 

La diferencia entre la buena navegación y el naufragio está en buena medida en la capacidad para percibir el cambio de los vientos, anticipar su orientación, su persistencia o su mutabilidad. ¿Podremos avanzar a su impulso o seremos simplemente arrastrados por ellos?

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