Poco sabemos de lo que les preocupaba a nuestros padres o a nuestros abuelos sobre el mundo en el que vivirían sus hijos o nietos. Procuraban asegurarles una buena educación, una formación que les permitiera defenderse en la vida, crecer, ser felices. El sistema educativo respondía aproximadamente a las mismas expectativas. El futuro era más o menos previsible. Hoy lo es menos. Vemos multiplicados los enigmas sobre el mundo en el que habrán de desarrollarse nuestros hijos y nuestros nietos. ¿Cómo transformará su vida, por ejemplo, un fenómeno como el de la inteligencia artificial (I.A.)? 

Las informaciones al alcance de todos nos hablan de vehículos autónomos, de sistemas de información capaces de interpretar los más sofisticados exámenes mejor que los propios médicos, de redes de servicios de información que sustituyen en buena medida la asesoría profesional en matera legal, técnica o de otro orden, de robots no solo para las acciones domésticas rutinarias sino para el acompañamiento de personas y otros oficios, de drones para las más variadas actividades y propósitos. Y todo esto es apenas el comienzo. Para quienes sostienen que, de todas formas, las máquinas son creadas por el hombre y sujetas a su control, el nuevo paradigma opone la dimensión de máquinas capaces de aprender, de tomar decisiones y de autocorregirse. 

Naturalmente, sobran las preguntas: ¿El ser humano se vuelve más o menos importante con el desarrollo de la I.A.? ¿Su aplicación significará más espacio en las decisiones para la máquina o para el hombre? ¿Una cultura dominada por la I. A. nos hará más iguales o provocará mayor desigualdad? Kai-Fu Lee, presidente y director ejecutivo de Sinovation Ventures –firma de capital riesgo– y presidente de su instituto de I.A., se pregunta si será un peligro en el futuro. “El verdadero problema, al menos por el momento –responde–, no es lo que los robots serán capaces de hacer por su cuenta, sino lo que los humanos pueden llegar a hacer con la tecnología, sirviéndose de robots para sus propósitos”. A la gente le preocupa, dice, “si la I.A. superará la inteligencia humana, llevando a una revolución inimaginable en los asuntos humanos, o si, en lugar de controlar la I.A., será ella la que nos controlará a nosotros”. 

Lo cierto hasta el momento es la aceleración de los cambios y su efecto en la distribución del poder y de los bienes y sobre áreas como las del trabajo y la educación. El mayor desarrollo de I.A creará con seguridad más desigualdad entre los países y en la sociedad: los que tienen acceso a ella y los que no, los que se suman y los desplazados. En un primer momento la robotización reducirá fuentes de trabajo y obligará a una reconducción del empleo. La solución al desempleo implicará trabajos que la I.A. no puede hacer y capaces de generar valor y plenitud personal. La orientación de la educación deberá atender menos las profesiones susceptibles de ser cubiertas por la máquina y más el desarrollo de otros valores y talentos como la flexibilidad, la creatividad, la capacidad de actualización. Como dice Valeria Moy, profesora de Economía en el Instituto Tecnológico Autónomo de México: “Habrá que enseñar a los niños a aprender, a abrirles la mente y hacerlos flexibles al cambio. Habrá que pensar en ingresos suplementarios, en redes de protección, en reubicación de desplazados. Habrá que pensar en un sistema fiscal distinto, en enfoques diferentes para mejorar la distribución del ingreso”. 

Los cambios tienen fecha cierta. Tratar de entenderlos y atenderlos desde ya es un reto de grandes dimensiones para los líderes políticos y sociales del presente.