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Un puesto en el mundo

Un puesto en el mundo ¿Qué puesto tendrá Venezuela en el contexto internacional cuando, como ya viene sucediendo, decline el peso de los hidrocarburos como factor estratégico en las relaciones comerciales y políticas? ¿Y cuando dejemos de ser objeto de la atención mundial por el estado de crisis política, económica, institucional y de todos los órdenes en el que estamos sumidos?


Las preguntas no son nada retóricas y, aunque lo urgente parezca ocultar o posponer lo importante, nunca es demasiado pronto para adelantar las respuestas que reclamará el cercano futuro, al que aspiramos como presente.

La exacerbación de los problemas que aquejan al país siembra en muchos la duda sobre la capacidad de recuperación. Habernos convertido en caso de estudio, cuando no de lástima, de ejemplo que no se debe seguir, de promesa fallida, de expresión de caos, de arbitrariedad, de incoherencia, de falta de sentido de realidad, de conculcación del derecho y de los derechos afecta nuestra propia percepción y amenaza con afectar también nuestra visión de futuro y nuestro entusiasmo frente a la necesaria y compleja tarea de reconstrucción.

A nuestras preocupaciones locales se añaden las que surgen de tantas señales de desorden, anarquía, confusión, irresponsabilidad política, decepción del liderazgo, resurgimiento de viejos problemas y aparición de nuevos en el panorama mundial, incluso en regiones o naciones admiradas por su solidez, su madurez institucional, su historia y crecimiento.

Frente a una agenda internacional que se muestra cada vez más compleja, a cada país le corresponde preguntarse sobre su papel, su posición, su espacio. Para Venezuela, esta obligación implica la asunción de una doble realidad. Por una parte, la conciencia del menor peso del petróleo como arma de política internacional y, por otro, la importancia de una clara alineación con la defensa de los derechos humanos, la institucionalidad, el Estado de Derecho, la solidaridad, el respeto a los compromisos, a la legalidad, a los principios del comercio internacional, a la propiedad privada, a la autoridad de los organismos internacionales.

Ocupar con dignidad un lugar en el mundo implica abandonar los caminos de la confrontación y el aislamiento, de la arbitrariedad, la altisonancia, la arrogancia, la guapetonería,  la connivencia ideológica. Implica una condición de independencia, la voluntad de favorecer agrupaciones para fortalecer la unidad no para disolverla, de fomentar alianzas sin complicidades, acuerdos de principios más que arreglos circunstanciales, defensa de los pueblos más que de los gobiernos. Se trata de dibujarse como un país confiable que cuente no solo a la hora de sumar votos, sino al aportar a las soluciones. Se trata de pasar de país observado por sus desajustes y el desprecio de los derechos a país defensor de las libertades y promotor de la paz y la convivencia, un país serio, capaz de entender y participar en la atención de los grandes temas del mundo, los que tienen que ver con la ecología, con la paz, con la seguridad, con la globalización.

Para lograrlo se necesitará gente calificada, con preparación y capacidad de influencia. Hará falta una Cancillería de expertos, profesional, no de obedientes fichas de partido. La construcción de un esquema que haga posible una presencia con dignidad y personalidad en el mundo solo puede llevarse a cabo, desde luego, paso a paso, lentamente, algo por sí mismo poco atractivo, poco glamoroso. Implica formación, profesionalismo, orden, trabajo, disciplina, manejo gerencial y estratégico sin pretensiones de dominio ni figuración.

Reconstruir las relaciones internacionales en términos de realismo, respeto y eficacia será posible cuando se pueda pensar en un país con Estado de Derecho, con separación de poderes y vigencia de las libertades. Será así cuando, en definitiva, decidamos ser algo más que el país petrolero y de caudillos y optemos por ser un país de dignidad, de talento, de valores, de ciudadanos y de instituciones. Ese debería ser nuestro lugar: del lado de los principios y de los derechos.

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