Uber ha revolucionado el negocio tradicional del taxi, pero también el de otras actividades vinculadas con el transporte, mensajería y entregas a domicilio. Su experiencia y su rápido avance en las grandes ciudades han coincidido con la aparición de los carros eléctricos y de los vehículos sin chofer, innovación que la empresa ha comenzado ya a ofrecer en Pittsburgh y que Google está probando en calles cercanas a su sede en Mountain View. Se abre, además, la posibilidad de nuevas modalidades de transporte compartido que desdibujan las fronteras entre transporte público y privado y, como ocurre ya en Helsinki y otras ciudades, amplía las facilidades al usuario, reduce el consumo de energía, el tráfico y la polución, obliga a replantear la planificación urbana y cambia espacios dedicados al aparcamiento por áreas disponibles para parques y viviendas.

Además de facilitarnos la movilidad, Uber nos abre a una realidad más compleja, las de los nuevos conceptos de trabajo y de las nuevas modalidades de empresa y de emprendimiento. Uber es un ejemplo de cómo funcionan los nuevos modelos de negocios que utilizan las redes sociales para generar actividades que ponen en contacto a productores y consumidores mediante un sistema para el cual se ha acuñado el término “gestión algorítmica” y que no es otra cosa que un sistema de planificación, estandarización, dirección, seguimiento, control y evaluación de una actividad. El resultado es la creación de nuevas fuentes de trabajo, de mejores servicios a mejores precios. Su aplicación crea un nuevo modelo de relación laboral basado en la flexibilidad, la calidad, la eficiencia, la transparencia y la equidad. Es la nueva empresa, guiada por algoritmos, sin jefe visible pero eficiente.

Las nuevas modalidades de trabajo que estimulan la tecnología y un sistema de gerencia del algoritmo abren un enorme espacio de cambios y oportunidades para el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos y la ampliación de fuentes de trabajo caracterizadas por la flexibilidad. Pese a la transparencia de la relación, la nueva modalidad de empleo no está exenta del riesgo de abusos y de distorsiones en el mercado laboral. Para sus detractores alienta la desviación del trabajo precario, tema que en Europa es ya objeto de atención de trabajadores y legisladores. Los cambios en el mundo laboral obligarán a ajustes necesarios con el objeto de garantizar condiciones equitativas en materia salarial, posibilidades de negociación, instrumentos de seguridad social. Ya lo ha dicho Hillary Clinton al señalar que “la gig economy desata la innovación y crea una economía emocionante, pero también plantea preguntas acerca de la protección en el puesto de trabajo y de cómo serán los empleos del futuro”. El objeto de la nueva empresa no puede ser la deshumanización ni la despersonalización.

Frente a los cambios en nuestra vida y en el mundo del trabajo estimulados por las nuevas tecnologías no cabe duda de que el mayor provecho vendrá para los países que sepan entender las oportunidades y abrirlas para beneficio de la gente y de la economía. El dinamismo de las economías dependerá en alguna medida de este nuevo tipo de empresas. Lo contrario es el atraso que resulta de no interpretar los cambios que anuncian, por ejemplo, una reducción en el consumo de energías fósiles, pero también la generación de nuevas modalidades de empleo que premian la preparación, el talento, la actualización en el uso de las redes sociales.

Venezuela se ha caracterizado por ser un país curioso tecnológicamente, un “early adopter”, un pionero en el uso de las redes. Esta condición choca ahora con las limitaciones de todo orden que amenazan con generar atraso y aislamiento, pero es un buen punto de partida para cuando podamos desarrollarla mejor.