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El peso de las incertidumbres

El peso de las incertidumbres Colombia y el plebiscito sobre el acuerdo de paz, Inglaterra y la decisión de dejar la Unión Europea, Estados Unidos y la elección presidencial son apenas tres casos en los que la sorpresa ha superado la presunción, pero son además, y muy especialmente, tres demostraciones de la distancia creciente entre la lógica política y la gente, entre el dibujo de las encuestas y el cuadro de las percepciones y aspiraciones reales y profundas de la sociedad.


El resultado de esta brecha, alimentada por el olvido o el desconocimiento de la gente, no es otro que el surgimiento de la desconfianza, el abandono de las responsabilidades de ciudadano en la acción política y el florecimiento de muy variadas formas de anarquía y demagogia.

Pocas cosas hay posiblemente más peligrosas para la libertad y la democracia que la pérdida de confianza en los políticos, la sensación de la gente de no ser comprendida o de ser incluso engañada por quienes aspiran a representarla o dirigirla. En Venezuela, en concreto, unos sienten que las propuestas no responden a sus aspiraciones de país; otros, que la atención se ha concentrado en el juego político con desmedro de los verdaderos intereses de la población. En cualquier caso, crecen más las dudas que las certidumbres.

A raíz de los primeros acuerdos entre el gobierno y los representantes de la oposición organizada en la Mesa de la Unidad estos sentimientos han cobrado fuerza inesperada. Pese al intento de explicar la estrategia y las intenciones se percibe que la representación política de la oposición no expresa con la fuerza que debería la gravedad de la situación y la urgencia de las soluciones; que no alcanza las objetivos políticos que propone y se propone; que declara plazos y metas que no puede sostener; que desperdicia su capital político y de apoyo popular; que no está haciendo lo que debería para mantener el entusiasmo; que hay un discurso hacia el interior de las mesas del diálogo y otro para la calle; que las explicaciones sobre el tono y la estrategia no suenan suficientemente convincentes. La gente entiende que se negocie, pero quiere ver que se avance. La gente espera que se resuelvan los puntos que están sobre la mesa, no porque crea que sean únicos, pero sí porque los percibe como inmediatos, como de emergencia.

El resultado de esta pérdida de confianza comienza a acelerar un proceso en el cual no se puede correr más la arruga de la esperanza. Quien puso límites para su plan B, siente ahora que no puede seguir postergándolo. De allí el aumento de la emigración. De allí, por ejemplo, el número creciente de médicos venezolanos rindiendo prueba en Chile para trabajar en la red pública de ese país. El año pasado fueron 338, este año son ya 847. Y como estos médicos, miles de otros profesionales y de emprendedores que cancelan su sueño de oportunidades en el país para buscarlas fuera. El desconcierto no permite a muchos correr más la arruga. Llega un momento en el que las razones reales, las de la economía y las personales, no dan para más. Prolongar la situación agota la esperanza de la gente. Y frente a eso, no basta con recordarla consigna de que el que se cansa pierde.

El ejercicio de la política tiene hoy más que nunca el imperativo de agudizar la percepción sobre la gente, sus motivaciones, sus aspiraciones, sobre lo más inmediato y visible pero especialmente sobre lo profundo, lo que se dice y lo que se calla, lo que se declara en público y lo que se sostiene en privado, lo que se descubre frente a los demás y lo que se guarda en el fuero interno. Interpretar correctamente a la gente, comprender sus aspiraciones, sus motivaciones, sus temores, sus expectativas es, por  lo  mismo, el único camino para llegar a la sociedad y para hacerse comprender por ella. Lo ha dicho Luis Ugalde: “A los demócratas les falta informar y escuchar a la gente para que en la cabeza y el corazón de las negociaciones estén los dolores y esperanzas de la población”. Si lo que se pretende es alimentar la confianza y la esperanza, esa buena comunicación es, sin duda, condición obligante.

 

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