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Mercadeo: pensar y sentir

Mercadeo: pensar y sentir Por Milko González, publicado en el diario El Universal, el 15 de abril de 2014


El corazón tiene razones, que la razón no entiende. Este pensamiento de Blaise Pascal se cita a menudo para resaltar la dicotomía entre el pensamiento y la emoción, entre el pensar y el sentir. Pero, ¿desde el punto de vista de mercadeo qué tanto importará diferenciar entre estos dos aspectos? El consenso actual se inclina a responder que mucho, enfatizando la importancia de la emoción usualmente bajo el lema de que solo vende lo que emociona. Aunque cierto en el fondo, el cuento es un poco más complicado.

Hace bastantes años el filosofo René Descartes acuñó la frase "Pienso, luego existo" cuando buscaba pistas para justificar la existencia del Yo, decantándose por la facultad de pensar como la evidencia de la realidad de un Yo pensante. Tiempo después, otro filósofo, David Hume, pensaba que esa conclusión era errónea, ya que no se podía afirmar que existiese un Yo, sino de "algo" mucho más amorfo e indefinible que pensaba, y que podía ser distinto de un Yo personal, lo que dejaría al enunciado de Descartes como: "Algo piensa, luego algo existe", como parecen señalar ahora científicos cognitivos. Aparte de esa nueva versión filosófica, la frase de Descartes también ha sido versionada como "Siento, luego existo". Para enfatizar los aspectos no racionales del ser humano y llamar la atención sobre nuestro lado emocional al momento de definir a un ser humano integral. Algo de razón y algo de emoción. 

Uno de los problemas con pensar solo en la emoción, es que a las personas lo emocionan cosas distintas, algunas incluso racionales. Por ejemplo, el físico teórico Andrei Linden, cuya teoría de la inflación rápida del universo después del Big Bang recibió recientemente comprobación empírica, declaraba que se sentía agradecido por este soporte porque tenía miedo que su teoría fuese falsa y que él solo se hubiese dejado seducir y emocionar por la belleza de sus ecuaciones. Ecuaciones que para el resto de los mortales parecerían frías y racionales. Lo mismo sucede con un diseñador industrial, un emprendedor, o un ingeniero, quien diseña un producto y se desvive por señalar, emocionado, las innovaciones o mejoras que el producto ofrece y las razones de por qué sería un éxito. Y quien no entiende que su emoción y sus razones no sean compartidas por todos. Y es porque en algunos casos sus razones no emocionan, y lo que es importante también, su emoción no convence.


Y es que lo que realmente importa son las emociones y razones que hacen tilín con la audiencia objetivo, no con la del diseñador, no con la del publicista. Otro ejemplo, sufrido por muchos clientes con sus agencias de publicidad, es el de anuncios publicitarios impactantes, conmovedores y muy emotivos, incluso algunos ganadores de premios internacionales, pero cuyo contenido no tiene nada que ver, o no evoca ni siquiera al producto que se publicita. Una emoción por la emoción misma, puede no vender nada. 

Siempre hay que recordar que a la emoción se le puede llegar también a través de razones, y que detrás de la emoción siempre debe haber razones para que compren nuestro producto, aunque no sean explícitas.

Profesor del IESA, Centro de Mercadeo

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